Descripción
No tengo tierra a la cual rendir culto. Tengo, breve posesión, un cuaderno que guardo con celo. Es, ese cuaderno lacónico, todo mi territorio.
Conté durante años los dedos de la mano de mi padre, que mantenía alzada al viento con euforia salvaje. Cinco. Escucho, solitario, el diálogo tenue de los pastizales, las diáfanas melodías de Schubert, las diatribas enfermas de generales, los susurros desquiciados de apóstoles. Escucho, siniestras, las voces cobardes de feligreses. A quién le puede interesar quién soy. Ese no es el punto. Soy un nombre. Soy una imagen olvidada. Soy un espectro deambulando por esto que algunos llaman vida.
Cuaderno de un inmigrante no es la negación del libro; no es, tampoco, la exaltación prematura de una prosa uniforme, delicada y somera. Cuaderno de un inmigrante es un bucle. Es un conjunto de relatos, de notas. Es prosa informe, es palabra urgente, es el día que oscurece, imperativa la ceguera, cuando frente a él se encuentra el efímero semblante de un hombre que intenta trazar, firme y solvente, un camino recto hacia la muerte. Pero el destino no es el punto, es el extremo postergado del bucle.
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