Descripción
Acercó su boca al oído de su interlocutor. El general, impávido, sin cicatrices o danzas punzantes de batallas malogradas y gritos de triunfo, acercó sus labios al oído del mayor. Limpie la tierra esta de hijos de puta. Dijo y sus ojos brillaron como han de brillar los ojos destellantes de una niña que se aferra con todas sus fuerzas a un futuro que vislumbra prominente. Como brillan los ojos de una mujer que acaba de comprobar que los juramentos no se rompen, se convierten en dagas que de a poco penetran la carne.
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